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Por Eduardo Eurnekian
Corrían los primeros meses de 2002 cuando en un primer encuentro con el
entonces embajador del Reino Unido en Argentina, Robin Christopher, me
manifestó la inquietud que le había sido presentada oportunamente por la
Comisión de Familiares de Caídos argentinos en la Guerra de Malvinas,
encabezados por los señores Héctor Cisneros, César González Trejo, Leandro de
la Colina y la señora Delmira de Cao. La misma estaba referida a la necesidad
de contar con un lugar de recogimiento, donde tanto familiares como todos los
argentinos pudieran honrar su memoria.
Dicha inquietud había surgido por parte de estas personas luego del primer
viaje que realizaran a las Islas en marzo de 1991.
Involucrado con la iniciativa desde el primer momento, comienzo a seguir las
alternativas de los procesos diplomáticos. Cabe destacar que la intervención y
colaboración del embajador Christopher fue crucial. Su buena predisposición y
motivación, junto a la gestión de la Cancillería Argentina, hicieron posible
que el 14 de julio de 1999 se acordara la instalación del actual monumento en
el Cementerio de Darwin –el cual posteriormente fue declarado lugar histórico y
cementerio de guerra–.
Lo cierto es que, si bien la Comisión de Familiares de Caídos poseía un
diseño e ideas avanzadas para el proyecto, no contaban o habían logrado
recaudar los medios para materializarlo.
Es aquí cuando intervengo directamente y, en marzo de 2003, comenzamos el
armado del cenotafio –esto es, 24 placas con 649 nombres–. El modelo fue
emplazado en el mismo Aeropuerto Internacional de Ezeiza a fin de que los
deudos pudieran presenciar todo el proceso. En noviembre de ese mismo año, la
obra había sido completada y se firmó el acuerdo de traslado correspondiente.
Finalmente, el 15 de febrero de 2004, el monumento fue terminado de instalar
en su destino final, donde reza: “El pueblo de la Nación Argentina en memoria
de los soldados argentinos caídos en acción en 1982”.
Por sobre toda diferencia y bajo una absoluta conciencia moral, ambos países
unieron esfuerzos en pos de un merecimiento innegable.
Hace poco, tuve la oportunidad de volver a las Islas para honrar la memoria
de nuestros sacrificados soldados. La emoción que allí se vive es muy
difícil de expresar… una imagen posible sería la que describía Jorge Luis
Borges: “Somos nuestra memoria, somos ese quimérico museo de formas…”.