—Y siempre pensando en nuestro país, ¿cómo analiza las limitaciones que tenemos, por ejemplo, en el campo de las importaciones?
Eduardo Eurnekian:
Yo he dicho en reiteradas oportunidades que a mí, en lo personal, no me
molesta el tipo de política porque las políticas son ejercidas por el
Estado que conoce y tiene una visión a largo plazo de las decisiones
que hay que tomar. Lo que me preocupa es la falta de especificidad y
de un plan explicitado a mediano y largo plazo. Como empresario yo
quiero ser activo en este proceso porque éste es el país nuestro, ¿no?
Le tiene que ir bien. Este es un gobierno democrático, elegido por el
pueblo. Le tiene que ir bien. ¿Y cómo hacemos para que le vaya bien?
Desde mi punto de vista yo pediría que me expliciten sus planes para
que yo me adhiera a ellos. Conscientemente estoy adherido pero necesito
conocerlos en profundidad para poder ayudar a llevar ese plan
adelante. ¿Me piden inversiones? Yo hago inversiones. Estoy haciendo
inversiones pero creo que, muchas veces, esto no es suficiente. Hay que
especificarlo con una mayor amplitud para que no se produzca esta
desconfianza aparente y circunstancial que está existiendo en este
momento.
—Recién hablábamos justamente del poder de las naciones. Surge
entonces la pregunta: ¿qué es realmente el poder de los individuos?
¿Qué es el poder para usted, que ha librado múltiples batallas?
Eduardo Eurnekian:
El poder de los individuos… –reflexiona a media voz–. Hoy tenemos al
individuo, a la corporación y a los países. Es probable que en estos
últimos años las naciones estén tomando una mayor conciencia de lo que
significa ejercitar el poder (es toda una actitud) sobre las
corporaciones y sobre los individuos. En alguna época de la historia (no
muy lejana) los individuos eran muy valiosos en cuanto tenían y
sustentaban un poderío real. Sustentaban y tenían poder. Poder económico
y poder político. Esto ha ido perdiendo consistencia a través de los
años y la modernidad nos indica que el ciudadano sí tiene poder, pero
dentro del marco de una organización. Si esa organización es económica
es también importante. ¿Por qué? Pues porque puede, hipotéticamente,
ser un conglomerado, una corporación. Recuerde que las corporaciones
llegan a tener participación destacada en el producto total de una
actividad pero, también, que quienes finalmente regulan todo esto son
los Estados. Hoy, las corporaciones son instrumentos de los Estados y
no viceversa. En una época esto fue distinto, pero hoy todos los
Estados usan a las corporaciones como instrumentos de sus intereses
necesarios y políticos.
—Bueno, Eurnekian, usted ha ampliado la pregunta. Pero, para usted,
por ejemplo cuando era un niño y luego un joven (tenemos entendido,
aun cuando el mundo era muy distinto, que fue un niño muy querido por
sus padres) ¿cómo tuvo esa fuerza para pelear hasta el lugar que ocupa
hoy?
Eduardo Eurnekian:
Eso se debió mucho a la educación que me dio un padre inmigrante. Padre
inmigrante viene con una… –reflexiona–. Yo puedo hablar de mis
padres, armenios y llegados de países muy inhóspitos, conflictivos.
Que durante años estuvieron en guerra… De mis padres que llegaron a un
país tan libre… liberal… como la Argentina. Para ellos evidentemente
fue una gran bendición, pero yo nunca sentí que mi padre fuera un
extranjero. Era más argentino que yo. Guay de que alguien hablara mal
de la Argentina. La libertad que mi padre había recibido en este país y
que le había permitido criar aquí a sus hijos… Por el solo hecho de
haber progresado él también sentía que se lo debía a la Argentina y no a
otro. Como le digo, entonces, éramos muy patriotas. Ahora bien, la
educación de aquella época, por lo menos la que me tocó a mí, era una
educación muy combativa. Los problemas de mi padre como pequeño
empresario textil se ventilaban en la mesa. En aquella época se
almorzaba y se cenaba en casa. No como hoy, cuando las familias se
reúnen sólo a la noche. Le estoy hablando de la década del 30. En
aquellos años nos incorporábamos al almuerzo. Todo el mundo volvía a su
casa y luego seguía con sus tareas hasta la noche, cuando cenaba en
familia. Y la conversación de familia no era una entelequia.
Básicamente se hablaba de cómo le iba al jefe de la familia. O sea,
cómo le iba a mi padre en su trabajo. Así nos enterábamos de si le iba
bien o si le iba mal. Si medianamente se arreglaba… Y sin que uno se
dé cuenta, todo esto deja una semilla… Llámela semilla de continuidad,
de interés, de destino de vida, pero lo cierto es que ésa era la
realidad con la que convivimos.
—¿Cuántos hermanos eran?
Eduardo Eurnekian:
Tres. Esa semilla de continuidad de la que le hablaba no prendió
demasiado. De los tres, dos se dedicaron a la medicina. El único que
siguió una actividad empresarial fui yo.
—Y siguiendo con el tema del esfuerzo personal, es interesante
observar a la juventud actual. ¿Usted piensa que hoy los jóvenes (que
están políticamente muy de moda) tienen una visión constructiva de la
vida? ¿O aceptan aquello del hecho milagroso de la suerte que usted
mencionaba?
Eduardo Eurnekian:
Si usted no cree en la suerte, crea en los jóvenes. Los jóvenes no
tienen razón. La razón la tenemos nosotros los mayores y, sin embargo,
ellos van a salir ganando porque van a hacer lo que ellos quieren. Y
eso “es” suerte.
—Para terminar, Eurnekian, cuando usted hablaba de
su familia me imaginé de pronto una extraña escena: si usted se
reencontrara ahora con su padre ¿qué le diría?
Eduardo Eurnekian:
Mire, si yo me reencontrara con mi padre no tendría tiempo de decirle
nada porque antes, seguramente, hubiera protestado diciendo que yo he
hecho algo mal.